miércoles, 20 de noviembre de 2013

2. Los primeros años en el orfanato.


El orfanato en el que crecí era un edificio viejo a las afueras de Estambul. Estaba dividido en tres secciones: bebés en la primera planta, niñas en la segunda y niños en la tercera. Cada sección estaba dividida a su vez en niños sanos, obedientes, rebeldes y deficientes. Los niños enfermos se hacinaban en la cuarta planta y nunca pude verlos. Y, por último, estaba el sótano, el lugar donde se impartían los castigos.
Al recordar ahora el lugar no sé si puedo afirmar que tenía el aspecto decadente que mi mente me dibuja. Puedo recordar con nitidez algunos cristales rotos y la suciedad, pero respecto al edificio me cuesta distinguir qué es real y qué un truco de mi imaginación. Sin embargo, en lo concerniente a los sucesos allí acaecidos, tengo la firme certeza de que mi mente no manipula nada. Las pruebas están en mi cuerpo y las secuelas psicológicas me acompañarán mientras viva.
Tengo que reconocer que no era un niño tranquilo y que, a pesar del miedo a los castigos, hacía muchas travesuras. La que más molestaba a las cuidadoras era que desatase a los niños deficientes. Recibí muchos azotes por hacerlo. Los pobres niños estaban atados a sus camas con correas de cuero o cuerdas, o bien los ataban a una silla con las sábanas de la cama. Fuese cual fuese su deficiencia, jamás podrían curarse en aquellas circunstancias. Ahora pienso que la muerte podría haber sido el mejor regalo que el dios en el que creían sus padres les podría haber dado. No podían valerse por sí mismos y, si podían, los ataban igualmente para que no molestasen. Ni siquiera se les permitía levantarse para ir al baño. ¿Podéis imaginaros la vida de esas criaturas? Eran completamente dependientes y no recibían la atención mínima. Por eso creía que, si los desataba, saldrían volando como los pajarillos que recogía en el mal llamado jardín.
Otro de los recuerdos vívidos de aquella época es que siempre tenía hambre. La comida era tan escasa, que algunos niños parecían esqueletos. Cuando crecí un poco, Burak y yo nos escabullíamos para robar en el mercado. Devorábamos lo que cogíamos tan rápido, que todavía me cuesta creer que no hubiésemos muerto asfixiados con la comida. También éramos hábiles robando dinero, pero no perdíamos el tiempo con eso: lo importante era llenar el estómago. Además, teníamos que hacerlo deprisa: nadie podía enterarse de que habíamos escapado del orfanato.
Nunca pensamos en robar para nuestros compañeros. Teníamos demasiada hambre como para pensar en nadie más. Además, desde que habíamos comenzado a dar los primeros pasos, aprendimos que solo el más fuerte sobrevive y nos ateníamos a esto.
Burak era, como yo, un mestizo. Él tenía los ojos azules y el cabello dorado pero, por lo demás, sus rasgos eran turcos. Era un crío muy guapo. Sin embargo cuando alguna pareja occidental venía dispuesta a adoptar, lo escondían junto con todos los mestizos, entre ellos yo. Querían que adoptasen a los turcos puros.
A pesar de su aspecto angelical, Burak era un auténtico demonio. Era él quien me arrastraba a aquellos descabellados planes que casi siempre acababan en una azotaina. Pero no me malinterpretéis, yo no era un santo que se veía arrastrado al demoníaco mundo de Burak, es solo que me dejaba llevar porque sus ideas me parecían más divertidas y mucho mejores que las mías.
Una tarde, tendríamos unos ocho o nueve años, decidimos colarnos en la sala donde habían hecho pasar a una pareja rusa y a un par de niños que les habían gustado. El día anterior nos habían bañado, así que todavía estábamos decentes. Aquella pareja se quedó prendada de Burak y decidió adoptarlo. Aquello fue un mazazo para mí. Me quedé solo en el infierno y nunca sentí que mi vida fuese tan horrible como cuando no pude compartirla con mi mejor amigo.
Y hasta aquí los primeros años que pasé en el orfanato.
Gracias por leerme.








2 comentarios:

  1. Hola Diyar, cuando vemos películas donde sale algún orfanato y vemos como los tratan nos da mucha pena pero como siempre la realidad supera la ficción, siento mucho todo lo mal que lo pasaste y encima que te quedases sin tu mejor amigo, por otra parte piensa que el llevaría un vida mejor que en el orfanato, se supone ya que a veces...

    Besos.

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    1. No sé si llevó una vida mejor, no supe nada más sobre él. Espero que sí. Pero estos no fueron los peores años en el orfanato. Esos están aún por venir :)
      Gracias por comentar, Piruja.

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